Entrevista: las fotos de Adriana Lestido
Con la muestra retrospectiva Fotografías 1979/2007, treinta años del trabajo de Adriana Lestido se exponen en el Museo de Bellas Artes y sirven como correlato de Lo que se ve, un libro que plasma en sus imágenes los temas que desde siempre, entre la poesía y el documento, pueblan sus ensayos fotográficos.
Por Ana Wajszczuk
"No me pregunten por la infanta Margarita, ni por el perro, ni por la enana", decía Velázquez ante su obra maestra "Las Meninas". "Solo pinto el aire que hay entre ellos". Esta anécdota forma parte de uno de los textos que acompañan Lo que se ve. Fotografías 1979/2007, el libro y la muestra, ambos retrospectivos, que vienen a celebrar treinta años de trabajo de Adriana Lestido, un nombre ineludible como referente de la fotografía argentina contemporánea. Y es una anécdota que le calza justo a su recorrido, desde sus días de reportera gráfica a principios de los ochenta, pasando por las series en torno a sus grandes temas –el amor, lo femenino, la intimidad– hasta su presente, donde la naturaleza toma cada vez más espacio en su fotografía. Porque hay un aura –ese "aire" del que hablaba Velázquez– en las fotografías de Lestido que, contrariamente al nombre del libro, no se ve pero sí se siente al mirarlas, y en definitiva es lo que hace encarnar las fotos, lo que hace que puedan transmitir más allá de la propia mirada de la autora. Esta muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, curada por Gabriel Díaz y Juan Travnik, es la segunda gran retrospectiva de su obra, y la primera que se acompaña con un volumen impecable, tan sobrio como conmovedor, de 152 fotografías, editado por Capital Intelectual. El volumen contiene textos de Sara Gallardo, John Berger o Carl Jung, entre otros autores que parecieran poner las miguitas de pan en el camino que conecta las series fotográficas de diferentes épocas para lograr que lleguemos al corazón de cada imagen, más allá de su propia mirada, y de la nuestra también.
ENTREVISTA> La foto que abre el libro, "Madre e hija de Plaza de Mayo", tomada en 1982, es fundante de tu trabajo y también una de tus imágenes más famosas. ¿Qué te acordás de ese momento?
Adriana Lestido: De alguna forma, todo viene de ahí. La hice a la semana de entrar en el diario La Voz, el primer medio donde trabajé. Me acuerdo de que la nena estaba parada al lado de la madre y lloraba; había muchos fotógrafos, todos haciéndole fotos. En ese momento me dio pudor y no pude levantar la cámara. Después, los demás siguieron haciendo fotos del acto –había oradores– pero yo seguí cerca de la nena, me había conmovido. En un momento, la madre la alzó y gritaron juntas. Entonces las fotografié y la foto fue tapa del diario al día siguiente.
¿Cómo la ves hoy, a veinte años?
Siempre quise mucho esa imagen pero recién cuando hice una retrospectiva, en 2008, me di cuenta de que ahí está todo lo que desarrollé después: una madre, una hija y el dolor por el hombre ausente. Siempre pensé que la mujer pedía por su hombre y la nena por su papá. Recién pude contactarme con la mujer el año pasado y supe que en realidad el desaparecido era su hermano, Avelino Freitas, un dirigente obrero, delegado de Molinos Río de la Plata. Pero en el fondo es lo mismo.
Es de las pocas imágenes que se conocen de tu época de reportera gráfica. ¿No pensaste en exponer otras de ese período en esta nueva muestra?
No, porque la idea no fue hacer una selección de todo lo que hice sino más bien ir al fondo, a la trama que une los distintos ensayos. Está el Infanto, las madres adolescentes, las presas, las madres y las hijas, el amor… pero ¿qué hay detrás de todo esto? Eso es lo que quería ver: el hilo conductor, poder contar una sola historia. Esa foto de la madre e hija de Plaza de Mayo, como La Salsera, la foto de Casa Cuna y las polaroids, hacen de nexo entre las distintas series. De la etapa de reportera hay fotos que me gustan mucho pero son otra cosa, no entran dentro de ese núcleo, no forman parte de la raíz.
¿En qué dirías que se diferencia esta retrospectiva de la de 2008 en el Centro Cultural Recoleta?
Esta exposición está más sintetizada. La retrospectiva completa es la que expuse en 2008; esta es diferente, las series son distintas, y me gusta también lo que transmite. En realidad, el sentido de la muestra es acompañar la presentación del libro. No quería hacer una presentación formal sino lanzarlo con una exposición. Este libro es el libro de mi vida y quería que saliera al mundo con la fuerza que le dan las fotos expuestas. Y, por supuesto, el Bellas Artes le da una magia especial, es el mejor lugar posible.
¿Cómo surgió la idea de la muestra y del libro?, ¿fueron a la par? ¿Y cómo llegaste a Lo que se ve, ese título que va de la mirada a la foto, y a la vez dice que eso que ves es lo que existe?
La idea del libro surge a partir de la retrospectiva de 2008, quise que su espíritu quedara plasmado en un libro. Hice esa muestra para en cierto sentido poder liberarme de todo lo que había hecho, poder limpiar… pero las muestras son muy efímeras, comprendí que recién iba a poder dar vuelta la hoja cuando publicara el libro. Igual, también el libro es otra cosa, se mira de forma distinta. Es mucho más íntimo y eso me encanta. El título surgió leyendo Eisejuaz, la novela de Sara Gallardo. Es de ahí. Y me parece perfecto. Porque no se trata de lo que vi sino de lo que se ve a través mío, más allá de mí. Lo que se ve cuando se ve, digamos.
Tus fotos hacen hincapié en lo femenino, por un lado, y en la naturaleza por el otro. ¿Qué te atrae de ambos tópicos, o qué te interesa investigar de ellos?
En realidad, no me interesa investigar nada. Sólo hay cosas que necesito ver, comprender. En ese sentido, más que investigar me pongo al servicio de lo que quiero ver. Que esté muy presente el mundo femenino no es intencional, será porque soy mujer y miro desde lo que soy… Pero la fuerte presencia de mujeres en todas las series que desarrollé tiene más que ver, creo, con la ausencia del hombre. Incluso en la última serie, El amor, donde sí hay un hombre –solo naturaleza y un hombre, el mismo, en varias imágenes–, también lo que se siente es la ausencia. La última serie, Villa Gesell –más pequeña– es de alguna forma el epílogo del amor. Hay también naturaleza y una mujer en la última foto que apenas se advierte, un autorretrato.
La naturaleza parece estar cada vez más presente…
Sí, la naturaleza está cada vez más presente, en las fotos y en mi vida. Me ayuda a limpiar, a conectar con el centro. Y desde la imagen me gusta poder expresar quizás lo mismo de siempre pero desde los elementos. También me acerca a los sueños, a otros planos.
En líneas generales, las diferentes series de tus trabajos, ¿tienen una manera común de ser creadas y desarrolladas?
No sé si tienen una forma común, más bien se fueron dando de forma diferente. La primera serie surgió porque había ido a hacer fotos al Borda para DyN. Al lado está el Infanto-Juvenil y sentí el impulso de hacer algo, quizás porque está ligado a mi historia. Pero entendí que tenía que ser de otra forma, no una mirada a vuelo de pájaro. Trabajé durante un año y desarrollé un ensayo pero fue totalmente intuitivo; no sabía en ese momento lo que era un ensayo fotográfico. Pero sí había visto Humanario, de Sara Facio y Alicia D’Amico, y aunque no de forma consciente seguro influyó.
Después vienen las series de madres adolescentes, las de presas y la de madres e hijas, que parecen surgir de un mismo núcleo...
Surgieron porque quería hacer algo sobre maternidad en situaciones críticas. En realidad, al principio iba a ser un solo trabajo, que pensaba desarrollar durante un año. Ir primero algunas veces a fotografiar las madres adolescentes, seguir con las presas y después mirar otras situaciones de maternidad. Pero, finalmente, con las adolescentes me quedé un año y terminó siendo un trabajo en sí mismo; lo mismo con las presas. Cuando terminé con ellas pensaba fotografiar nacimientos, algo que había quedado pendiente. Pero leyendo El Club de la Buena Estrella, de Amy Tan, me di cuenta que si había algo que necesitaba ver era la relación madre e hija. Que todo lo que tenía que comprender estaba ahí. Así surgió Madres e hijas, que en un principio se llamó Amores difíciles. ¡Finalmente lo que pensaba hacer en un año terminé haciéndolo en diez!
¿Y con la serie El amor?
El amor fue diferente, quería hacer algo relacionado pero era solo una vaga idea. Por otro lado, en los viajes que hacíamos con quien era mi pareja, a veces hacía fotos, y mirándolas luego me di cuenta que había algo más que fotos de viaje. Así se fue armando la serie. Después de la separación hice un viaje sola, por el norte de Chile y Bolivia, y armé otra serie con esas fotos. Luego me di cuenta que eran parte del amor, el final. Las fotos de Villa Gesell también se dieron solas. Me fui a vivir allá un invierno y una primavera a una cabañita en un camping. Hice algunas fotos pero sin ninguna intención. Luego se armó la pequeña serie con la que cierro el libro. Y cierro también una etapa.
Son apenas un par las fotos en color que están en el libro y la muestra, y así y todo tienen algo del extrañamiento del blanco y negro. ¿Cómo fue que decantaste por el uso del blanco y negro?
Siento que el blanco y negro es más medular, va más al centro, sin distracciones. El color me interesa pero como cuando se da en los sueños: generalmente uno recuerda un color cuando marca algo en la imagen. Si no, se tiene solo la imagen, sin color. No es tanto que me interese el blanco y negro en sí mismo sino más bien la ausencia de color. La imagen pelada.
Tu último trabajo, el que todavía no vimos, es en la Antártida. ¿Cómo fue esa experiencia?
La experiencia fue dura, y también fundamental para mí. Necesitaba estar ahí, en un lugar donde la muerte está tan presente. La muerte como transformación, y también origen, como renacimiento: el continente blanco. Hasta ahora solo pude ver y seleccionar unas pocas fotos color que hice con una panorámica. Había llevado unos rollos color, no muchos, y usé la mitad porque esa cámara empezó a trabarse por el frío. La mayoría de esas fotos se estropearon, pero como salvé pocas, pude verlas bien y armar algo. Todo lo demás, el blanco y negro, es un montón y todavía no terminé con las copias de trabajo. En eso estoy.
Citás a Sara Gallardo en uno de los textos que acompañan al libro: "¿Qué diré ahora?". ¿Existe para vos el equivalente al “miedo a la hoja en blanco” del escritor?
Para mí, la página en blanco no existe, es al revés, está llena de cosas, de ruido, y el trabajo, el duro trabajo, es poder limpiarla. Nunca me preocuparon los períodos en los que no estoy fotografiando o trabajando con fotos. El trabajo es la limpieza, y en eso estoy siempre. La creación es limpieza, es hacer espacio para permitir que algo sea. En el fondo creo que es lo único que uno puede hacer, que debe hacer. Y que tiene que ver con el eterno proceso de cultivo interior, que no se limita a la experiencia creativa sino que es una actitud de vida. Lo demás viene solo.