Adriana Lestido

Adriana Lestido: "La relación humana más compleja es la de madre-hija"

Por Isabel Navarro

Durante 30 años, esta fotógrafa argentina ha captado con su cámara la fuerza de los sentimientos. Un espejo de la intimidad femenina que deja al descubierto los fantasmas del amor.

A veces se dan las imágenes más hondas y profundas en las situaciones más triviales”, dice Adriana Lestido (Buenos Aires, 1955), mientras toma un café a sorbos pequeños en una terraza del centro de Madrid. La fotógrafa habla en voz baja, no lleva cámara (“En general no hago muchas fotos. No hace falta”) y cuando te mira entorna los ojos con un gesto concentrado, felino, que surca de arrugas su rostro seco. Acaba de llegar de la Antártida y la semana que viene se marcha a Finisterre para continuar con su último trabajo. Dice que lleva unos meses “explorando los confines” y no cuesta imaginársela en la soledad de esos territorios agrestes, buscando algo sutil en un paisaje (una corriente de aire frío, la turbulencia de un géiser...) que diga sobre lo humano mucho más que cualquier verborrea. “Primero surgió la idea de ir a un desierto –cuenta la argentina–, pero la Antártida es el lugar de menos vida posible y tenía necesidad de ir hacia lo blanco, al silencio. Un lugar de muerte”.

Adriana está en Madrid de paso para presentar “Lo que se ve” (Ed. Clave Intelectual), un libro donde condensa en 152 fotos, 30 años de carrera en los que se ha dedicado, precisamente, a captar lo invisible. Un trabajo documental (reconocido con la beca Guggenheim y el premio Mother Jones Foundation, entre otros) cuyo eje central ha sido el amor, la ausencia, la separación... pero también la dificultad para romper el simbólico cordón umbilical que une a madres e hijas. “Cuando empecé quería hacer un trabajo sobre maternidad en general. Busqué a madres adolescentes, luego a las madres presas... Pensaba estar uno o dos años y acabé dedicándole 10. Cuando terminé con las presas mi propósito era fotografiar partos. Pero cayó en mis manos el libro “La buena estrella”, de Amy Tan, y me dije: “El tema son ellas, no busques más”. De hecho, la única foto que rescato de mi época de fotoperiodista es la de la madre y la hija de Plaza de Mayo. Todo lo que trabajé después ya estaba ahí: la intensidad del vínculo madre-hija, el dolor por el hombre ausente... Es el pilar sobre el que se construye todo mi trabajo posterior, pero me di cuenta hace relativamente poco”.

Y es que apenas hay hombres en el universo en blanco y negro que retrata Lestido. “No fue algo intencional. Pero en ninguna de las historias hay padres”. ¿Cómo iba a haberlos en esa cárcel donde una presa se aferra a su hija, con desesperación y miedo minutos antes de perderla? “Es que la estaba por dar. Las presas pueden estar hasta los dos años con los niños y toda la sencuencia muestra los momentos previos a separarse de ella antes de que se la lleven con una familia de acogida temporal”. Y después de la pérdida, Adriana fotografía el consuelo (o desconsuelo) junto a una compañera. La complicidad entre mujeres. Eso también se ve. Un sentimiento que otras veces se transforma en desafío, como en una instantánea donde una niña de dos años reta a su madre en la bañera. “La nena era muy brava y la mamá estaba agotada”. Y allí estaba Adriana, esperando con su cámara a que “algo” sucediese. “Algo” que puede ser una cortina movida por el aire, como un fantasma, o el gesto mimético de una madre y una hija que, en esa intimidad donde Adriana consigue dejar de ser una intrusa, acaba delatando una grieta de ese amor tan intenso y tan poco idílico.

Mujer hoy. ¿Cuándo hizo su última foto?

Adriana Lestido. Antes de venir a Madrid, desde mi ventana de Buenos Aires, un día que la ciudad se había llenado de contaminación y se veía una luz muy rara.

P. ¿Qué le hace disparar? ¿Lo raro?

R. No, no, lo raro para nada. Las situaciones brumosas sí me atraen, pero todo depende... de cómo esté yo.

P. Y en sus inicios, ¿qué le interesaba?

R. Empecé a hacer fotos a los 25 años, y fue una revelación. Al principio retrataba a mis hermanos, mis vecinos, mis amigos, mi entorno... Y de todas esas imágenes, del primer rollo, hay solo una que sigue conmigo y está en el libro: la que le hice a mi madre en el 79. La única que le tomé. Cinco años después ella murió.

P. ¿Y por qué no volvió a hacerle fotos?

R. No se me ocurrió y lo lamento. Es difícil fotografiar a los padres...

P. Tal vez uno solo trata de documentar lo que cree que va a perder.

R. Precisamente. Mi madre fue una mujer muy sensible. Leía mucho, escuchaba música, pero tenía también un carácter difícil, por decirlo suavemente. La relación con ella fue muy compleja y cuando murió todavía estábamos en la tensión. Hacer la serie de “Madres e hijas” me permitió recuperar el amor que siempre nos tuvimos y que la tensión del conflicto adormecía.

P. Empezó a hacer fotos hacia el final de la dictadura argentina y vivió muy cerca la represión cuando era estudiante. ¿Tuvo miedo?

R. Supongo que sí, pero tampoco era muy consciente porque estaba atontada por el terror. Con la distancia, fue una locura haberme quedado en el país. Tuve mucha suerte, un dios aparte, y sobreviví. De lo que sí me acuerdo muy bien es de la oscuridad donde estaba inmersa y de que nunca sabía si la mañana siguiente iba a llegar.

P. Desapareció su marido...

R. Y también muchos amigos.

P. ¿Esas desapariciones han marcado su manera de mirar y de fotografiar?

R. Nunca trabajé el tema de los desaparecidos, pero ese sentimiento, ese dolor atraviesa todo mi trabajo. En el momento no fui consciente, pero empecé a hacer fotos un año después de la desaparición de mi marido, y creo que en el fondo fue por una necesidad de conjurar tanta oscuridad, porque hacer fotos es trabajar con luz.

P. Pero, aunque no trabajó el tema de los desaparecidos, una de sus fotos más icónicas es la de la madre y la niña de la Plaza de Mayo. ¿Cómo fue ese día?

R. Fue en la marcha [manifestación] de las madres en Avellaneda. Hacía solo una semana que trabajaba en un periódico, y la nena estaba al lado de la madre llorando. Había muchos fotógrafos y todos le hicieron fotos, pero a mí me dio un poco de pudor y esperé a que los demás se marcharan hacia la zona de los discursos. Después la nena se calmó. En un momento dado, se gritaron unas consignas, la madre la alzó, gritaron juntas y les tomé la foto.

P. ¿Cómo crea el vínculo con los fotografiados para que se olviden de que está ahí?

R. Creo que es algo que pasa más por la calidad de la presencia que por hacer algo concreto. Cuando uno está presente se funde con lo que sucede. Traspasar el yo, sin ego, y ser lo que miro. Eso es lo que me da cierta invisibilidad.

P. La ambivalencia de las relaciones madre-hija está muy presente en sus imágenes, algo que no es habitual, ya que los discursos sobre la maternidad tienden a la idealización. El agotamiento, la rivalidad, el miedo, la fusión... sí se plasman en su trabajo.

R. Es que yo creo que la relación madre hija es la relación humana más compleja que existe y la de más amor-odio. Es algo muy fuerte: una mujer, naciendo de un cuerpo de mujer... con todo el juego de espejos que hay detrás, de relación de simbiosis... Por eso hay tantas mujeres adultas que siguen sin resolver los problemas con sus madres.

P. ¿Y cómo cree que se resuelven?

R. Yo creo una mujer no lo es del todo hasta que no logra ver a su madre como otro ser humano con una historia previa a la hija y con sus propios deseos. Pero eso puede llevar toda la vida o no darse nunca. Y ese pequeño crac pasa por la separación. Creo que todo mi trabajo está atravesado por la separación como necesidad vital. Así como cuando uno nace hay que cortar el cordón umbilical, ese cordón con la madre hay que cortarlo en muchísimos momentos. Y no estoy hablando de una ruptura, sino de todo lo contrario, porque separarse es lo que permite tener otro tipo de relación con la madre. Es vital porque aprender a separarse es lo que permite unirse.

P. ¿Y qué me puede decir de su foto de “La salsera”, de la mujer bailando abrazada?

R. La hice en mi etapa de fotoperiodista, cuando empezaba estar con el que luego se convirtió en mi marido. Fuimos juntos a cubrir la noticia, él escribía y yo hacía las fotos.

P. Es muy icónica...

R. Es mi imagen del amor.

P. Pero, tal vez porque aquí tampoco vemos al hombre, da la sensación de que es un amor muy unilateral. ¿Él tiene también esa cara de éxtasis o es ella la que lo pone todo?

R. [Risas] No sé, puede ser. Aunque, por la intensidad de la entrega de ella, tiene que ser algo compartido. El amor es sincronía.

P. ¿Habló con ella alguna vez?

R. Nunca, hasta hace poco. Esta foto pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, y cuando hicieron la antológica de mi obra utilizaron esta imagen para hacer la promoción en el extrajero. Ella nunca había visto la foto, pero tiene una hermana en Estados Unidos y la descubrió. El día de la inauguración apareció por sorpresa.

P. ¿Y qué le dijo?

R. Me contó que como pareja tuvieron una historia breve... pero lo curioso es que cuando hablamos ella estaba pasando una especie de crisis de invisibilidad. Sentía que nadie la miraba. Y de repente le mostré la infinidad de tarjetas que tengo con esta foto, los carteles... y no daba crédito.

P. ¿Alguna vez acepta trabajos de encargo?

R. Siempre que sean en total libertad. Dejé de hacer fotoperiodismo en el 95. Prefiero que mi medio de vida venga por otro lado.

P. ¿Aceptaría un encargo de fotografiar a Cristina Kirchner?

R. Sí, a ella sí, porque la admiro. Hay muchas cosas con las que no estoy de acuerdo, pero que Videla haya muerto preso en una cárcel común es todo un símbolo y no es poco. Además, en la crítica a ella hay una cosa muy machista, que me molesta, especialmente cuando la hacen las mujeres.

P. ¿Qué foto está persiguiendo ahora?

R. No persigo nada. Para mí, una buena fotografía es un milagro y los milagros más que perseguirse, se descubren.

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