La mirada exquisita
Por Cristina Civale
Es un ojo fundamental de estos 30 años de democracia. Desde aquella foto emblemática de una Madre de la Plaza hasta sus inolvidables trabajos sobre presas y madres e hijas, su mirada sobre el mundo de las mujeres es tan personal como universal.
Algo salió de cuadro en la vida de la fotógrafa Adriana Lestido (1951). Fue la vida de un amor, capturado por las garras de la dictadura que hacía desaparecer cuerpos y almas. A la vez, casi en simultáneo, entró a cuadro en su vida la fotografía. Notable movimiento ¿del azar? en el derrotero de una existencia: algo desapareció para que aparecieran las imágenes, y ese hecho clave probablemente marcó la temática de su obra. Ausencia, lucha, supervivencia y, a pesar de todo, el amor que permanece aunque sea en una foto, es decir en la imaginación-ficción, en un relato. Pero permanece y sostiene: pone en foco la obra y la vida.
En mayo de este año, Adriana Lestido se superó a sí misma, si semejante cosa es posible en una artista visual que ya venía destilando conjugaciones notables de belleza y dolor, de desgarro y desvanecimiento, en un registro único, monocromo, a veces documental, a veces no. Ocurrió que poco antes de este último invierno, la fotógrafa que se inició como reportera gráfica el diario La Voz en 1982, en plena dictadura, y fue autora en su primera semana de trabajo de una foto icónica, la de una madre con un pañuelo blanco en la cabeza, alzando a su hija, con la boca abierta en la mueca de lo que se intuye como un grito que pide justicia por alguien que no le dicen donde está; esa fotógrafa decidió cerrar un ciclo en su carrera. Ese trabajo, ya histórico, tomado en una manifestación de Avellaneda, abre el libro Lo que se ve (Capital Intelectual, 2013), que reunió más de 30 años de su carrera artística junto a una muestra de 70 fotografías que incluyeron selecciones de los ensayos que la convirtieron en una artista imprescindible para contar la historia de la fotografía contemporánea argentina. Todo sucedió en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, un espacio imaginario de coronación. Allí se presentó el libro y se hizo la muestra que, además de la asistencia de los funcionarios que marca el protocolo, fue colmada por colegas de todas las disciplinas artísticas.
Lestido viene acumulando premios, probablemente más que ningún otro fotógrafo o fotógrafa de su generación. Fue la primera fotógrafa argentina en recibir la Beca Guggenheim y ganó, entre otros, el Gran Premio Adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales, el Premio a la Trayectoria de la Asociación Argentina de Críticos de Arte, el Premio Leonardo del Museo Nacional de Bellas Artes, la Beca Hasselblad de Suecia, el Premio Mother Jones de Estados Unidos y el Premio Konex de Argentina. En 2010 recibió la medalla del Bicentenario y fue nombrada Personalidad Destacada de la Cultura de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
Sus series Hospital infanto-juvenil (1986-1988), Madres adolescentes (1988-1990), Mujeres presas (1991-1993), Madres e hijas (1995-1998), El amor (1992-2005) y Villa Gesell (2005) constituyen el corpus de obra del libro y de la muestra cumbre, también hito en los eventos artísticos de este año en la ciudad.
Sus ensayos se destacan por la convivencia de la artista con sus retratadas, siempre mujeres que viven a pesar de la ausencia del hombre, la falta más notable en la obra de Lestido, que sufrió el dolor de su padre preso en la infancia y la ya mencionada desaparición de su primer amor. Ella sobrevivió para contarlo y lo hizo de un modo casi literal: sin ellos. Salvo en el ensayo sobre el amor, donde se retrata la figura de un cuerpo masculino que encarnó un amor real, que en el momento de dar a conocer la muestra ya no tenía la potencia del sustantivo que nombra.
Y luego de esta muestra/libro hito, Lestido se dijo que había que ir para otro lado, quizá profundizando aún más sus temáticas recurrentes. Quiso irse a un desierto, a un lugar donde habitara la muerte como transformación, un lugar sin vida o con una vida nueva que se prepara para nacer en un ciclo sin fin.
Y se fue a la Antártida. No fue una elección. Una serie de sucesos la llevaron hasta allí: una chica bióloga llegó a su taller para proponerle una larga travesía en barco, luego ese barco iba a la Antártida y allí Lestido supo que ése era el lugar.
Y la vida la empujó aún más al Sur más allá del Sur. En el año en que toma la decisión se abre una residencia para artistas en la Antártida, la aplica y gana.
Así llega en febrero de 2011 a Río Gallegos con destino a la Base Esperanza, el lugar más top del continente blanco. Pero cuestiones logísticas hacen que vaya a parar a la Base Decepción. Lo que parece un chiste, no lo es. De las 5 estrellas de Marambio, Lestido va a parar al pie de un volcán, en una casilla rosada de dos ambientes con una estufa que debe apagarse de noche por seguridad. Comparte cuarto con otras artistas y cuando le toca, bien a la usanza militar, limpia la Base Decepción, que no la decepcionó en absoluto, a pesar de ser el único espacio negro de la Antártida. Su idea del blanco se va a pique y tiene que improvisar o, al menos, cambiar de plan sobre la marcha. Eso que cuenta a Las12 la propia Lestido como una experiencia extrema, algo así como estar presa dentro de la libertad más absoluta, consistió en una experiencia que necesitaba atravesar, y las fotografías fueron la excusa que la llevaron a vivirla, que la acompañaron. Este ensayo aún está in progress y es lo que pronto se verá de ella. Lestido se promete trabajar duro este verano para terminarlo y así llegarán esos paisajes oscuros: su homenaje al ciclo de la vida antes de que los humanos la hagan posible.
Suplemento Las 12, diario Página 12, 27 de diciembre de 2013.