Adriana Lestido. México.
Involucrarse con el paisaje
Adriana Lauría.
En la exposición México, Adriana Lestido presenta dos series de fotografías obtenidas en ese país durante 2010. Una de ellas, Hierve el agua –realizada en el mes de junio–, captura aspectos de esa extraordinaria localidad, cercana a Oaxaca. La otra, México –que da título a la muestra–, es un encargo de su colega Patricia Mendoza, quien la invitó a registrar extensamente paisajes de diferentes zonas de aquel país, en vistas a la conmemoración, en 2011, del Año internacional de los bosques, así declarado por las Naciones Unidas.
Hierve el agua es producto de una pausa, un breve descanso tomado por la artista tras participar en una exhibición con otros colegas argentinos. Su gusto por este alto paraje de montaña, caracterizado por piletas naturales cavadas en la roca a un paso del precipicio, presididas por altísimas y sobrecogedoras cascadas petrificadas, se pone de relieve en cada toma y en las sensaciones que las imágenes evocan. Lestido asegura que el mismo trayecto que lleva a esa localidad ya invita al deslumbramiento. Allí se intenta practicar el ecoturismo, con un sistema de administración alejado de la grandilocuencia de la hotelería internacional. El albergue ofrecido es por demás sencillo, justo lo necesario como para que nada modifique el medio ambiente en demasía. Se trata de un sistema sustentable llevado adelante, no sin resistencias, por las comunidades locales.
Las fotografías de Lestido que registran Hierve el agua exudan una contemplación compenetrada con el entorno: la artista se siente una con el paisaje. El placer de su mirada se transmite en la sensualidad con que se detiene en las texturas de las rocas, en la imperturbabilidad de un espejo de agua contrapuesto al dibujo quebrado de un árbol seco, en las brumas originadas por la intensa humedad reinante, que se empecinan en desdibujar contornos y figuras. Una formación rocosa, que semeja un árido planeta, se recorta en neta curvatura sobre el cosmos abismal que conforma, muy abajo, la vegetación de las faldas de la montaña. Una corona de rejas custodia uno de los pozos y se sume en los acuosos vahos que todo lo platean. Como un animal enorme, pesado y falleciente, una piedra blanquecina yace al borde del estanque encrespado por la lluvia.
Todo resulta un poco extraño, todo parece bañado por una atmósfera algo metafísica, ya sean las pocas personas que apenas se entrevén en la niebla o el curvo horizonte de agua que esconde la unión del árbol con la tierra. Clima captado y develado por la mirada de Lestido, en la que también sumerge los indicios de su propia presencia: la sutil composición de ropas liadas junto a los borceguíes que ocupan el centro de una incierta superficie cuajada de reflejos ondulantes, no deja de trasuntar una inmensa, pero a la vez, sosegada soledad. Pero esta extrañeza, no es producto del descubrimiento de los síntomas de lo siniestro en lo real cotidiano sino, más bien, de una observación amorosa y asombrada, meditada y disfrutada, aunque aparezca aquí y allá la inquietud que conlleva la contemplación de lo sublime.
Otro carácter parece tener la serie México, para la que toma como punto de partida el reportaje. Aunque el registro de situaciones y realidades, haya sido transformado por una visión sensible a la fascinación por las manifestaciones de la naturaleza y por una penetración sagaz para captar la vibración de lo humano.
Como una bitácora anclada en imágenes, se suceden las fotografías tituladas de acuerdo al lugar, las circunstancias y la jornada del viaje en que la toma fue realizada. Desfilan ante nuestros ojos el brumoso y plácido amanecer en las tierras altas de Durango con el imponente señoreo de sus árboles. En sus bosques de coníferas, se alternan una gran variedad de especies maderables, aptas para la explotación, algunas muy especiales como el abies durangensis, un abeto del lugar. Pronto surgen los hombres que, en su faena de tala y transporte, sortean altos y estrechos caminos de cornisa y cuyo modo de trabajo propone el uso del bosque como una actividad sustentable. Del replantado de las especies da cuenta una vista de pinos en sus primeras etapas de crecimiento que se muestran como tiernos personajes cuyos penachos engalana la luz solar, toma realizada en San Juan Nuevo de Michoacán, al sur del país, cuyas poblaciones originarias han implementado hace años métodos de silvicultura, que tienen como propósito la persistencia del bosque nativo y su aprovechamiento racional.
Los contrastes transcurren sin solución de continuidad: a las disciplinadas hileras de ejemplares cultivados, se contrapone la imagen de un caballo en un escenario tan natural y libre como el galope al que está lanzado. El reservorio donde se crían las truchas alterna con el muro de helechos que crece tupido a su aire, igual que los árboles en los que se entretejen las plantas epífitas y el requiebro de luces que los adorna. Cortejo del sol que halaga a las altas copas tanto como a los pastizales, que crea contraste para resaltar la increíble máscara dibujada por los accidentes de un tronco seco, que reverbera en las hojas de un joven encino al intentar encontrar su lugar en la espesura, que se desintegra en haces al atravesar el follaje, acompañando las volutas de humo de una hoguera encendida por el hombre.
Hoguera que propicia reflexiones sobre el provecho que muchos pobladores obtienen de los bosques o las selvas. De los árboles de Zapote que crecen en Quintana Roo, en el mediodía de la península de Yucatán, se extrae, desde tiempos prehispánicos, la resina con la que se fabrica la goma de mascar que mayas y aztecas usaban para limpiarse los dientes, pero también para distraer el hambre y la sed. Estos “chicleros” significaron un enorme negocio de exportación durante gran parte del siglo XX, proveyendo toneladas de esta materia, esencial para la industria que se desarrolló en Norteamérica, hasta el advenimiento de la goma sintética. Este usufructo actualmente sobrevive como explotación regional de grupos organizados en cooperativas que siguen –como hace siglos– trepándose a los troncos con sus machetes para practicarles cortes en forma de V por donde fluye el líquido lechoso que recogen en la base, que será luego cocido largamente en calderos al calor de las fogatas.
De las selvas de Quintana Roo también son las profundas e imponentes perspectivas de una caoba cinco veces centenaria que recuerda como esta especie, ambicionada como el ébano por su madera preciosa, estuvo a punto de extinguirse por la tala indiscriminada a la que fue sometida desde mediados del siglo XIX, hoy contenida por un plan de manejo adaptativo para su permanencia.
Y entre tanto esplendor surgen las tiznadas caras de quienes trabajan en los hornos de carbón de Durango. Allí existe una manufactura importante de este producto de uso muy extendido en el país, Estados Unidos y algunas naciones europeas a donde lo exportan. En este estado hay más de trescientas mil hectáreas de bosques propiedad de distintas comunidades y los principales emprendimientos para utilizarlos están estructurados sobre las costumbres impuestas por estas organizaciones sociales. La fabricación del carbón vegetal, realizada en hornos artesanales o de ladrillo, es una significativa fuente de trabajo y de ingresos para la región, aunque la preocupación por el balance entre especies arbóreas y la preservación de la integridad del entorno está presente en todo el proceso. Sin embargo, Lestido proporciona a estas obras una intensidad que da cuenta de arduas jornadas, acaso con precarias condiciones laborales. La tensión corporal, las miradas penetrantes y los profundos contrastes lumínicos contribuyen a cargar las composiciones de un dramatismo contenido en el que nunca deja de manifestarse la dignidad, producto del encuentro respetuoso y comprensivo entre la artista y sus retratados.
Los bosques y selvas de México y su biodiversidad constituyen una de las reservas más importantes del mundo, y en ellos se siente el palpitar de trece millones de seres humanos que necesariamente deben desarrollar consciencia de que en la conservación de su hábitat les va la propia vida. Quizá la prueba más contundente se hizo sentir en 2011 cuando, en Durango, las bajas temperaturas diezmaron extensas zonas de vegetación, situación que suscitó la necesidad de replantar el área afectada con especies nativas como el encino –materia prima del carbón vegetal–, más resistentes a los rigores invernales. La adaptación es un asunto de la naturaleza pero es también una obligación humana observarla y protegerla. Este tipo de reflexiones fueron, en gran medida, el objetivo de este ensayo fotográfico, que Lestido asumió con la responsabilidad y la libertad que sus comitentes le dispensaron, pero también con el bagaje, insoslayable en su caso, de una mirada poética.