Metrópolis
por Juan Forn.
Prólogo del libro Metrópolis de Adriana Lestido.
A fines de 2018, el cineasta Fernando Spiner estaba haciendo una película con un personaje que era una fotógrafa en Buenos Aires a principios de los noventa y le preguntó a Adriana Lestido si aceptaba que se usaran fotos suyas de esa época que no hubieran aparecido ni en sus libros ni en sus muestras. Lestido estaba por irse a Islandia por tercera vez en dos años, en su declarada búsqueda del blanco absoluto, después de su experiencia en la Antártida “negra”. Antes de partir al invierno ártico quería pasar unos últimos días en su casita en la costa atlántica, así que se sumergió en su archivo y, después de encontrar una carpeta en la que decía Metrópolis ’90s, partió a la costa con ese material en la mochila.
Permítanme extrapolar brevemente. Muy al principio de los noventa, en los primeros tiempos de gloria de Página/12, el diario empezó a sacar un suplemento semanal sobre la ciudad, llamado “Metrópolis”. Cada semana cubría un barrio distinto. Lestido hacía las fotos, la contratapa era un gran dibujo panorámico que hacía Rep (de ahí salió su hermoso libro Y Rep hizo los barrios). Lestido estaba haciendo en esa época su formidable laburo sobre mujeres presas, tenía la cabeza puesta ahí: la actitud perfecta, según el zen, para callejear por distintos barrios con su cámara entretanto. Así hizo esas fotos. Y así las guardó después de que las usaron en el diario: casi sin mirarlas dos veces. Pasaron casi treinta años hasta que Spiner la mandó a encontrarlas sin proponérselo.
Ahora bien, hasta los años noventa, había algo instantáneamente reconocible de Buenos Aires (algo de su sino esencial, que parecía inmutable a pesar de los cambios y se captaba con los poros cuando uno callejeaba por la ciudad) que el menemismo borró. No fue solo edilicio el cambio; también incluyó un cambio de costumbres y hasta de mentalidad. Fue el principio de una nueva era de la ciudad, que es la que tristemente reina, detalles más, detalles menos, hasta el día de hoy. Y esas fotos de Lestido registraban agónicamente aquel Buenos Aires que estaba mutando, que estaba desapareciendo, cubierto por una fantasía ampulosa y falsa pero escalofriantemente eficaz.
Cuando vi las fotos en esa última temporadita que pasó Lestido en su casita de Mar de las Pampas, antes de venderla para poder seguir con su proyecto Islandia, pensé al instante en un pequeño gran libro llamado London 1958/59, que hizo el chileno Sergio Larraín en su juventud durante una beca de seis meses en Londres, y que quedó guardado en un cajón hasta que se publicó treinta años después, con su elocuencia original duplicada por el paso del tiempo. La otra cosa que me vino a la cabeza casi simultáneamente fueron las fotos que hacía el chino Li Zhensheng en los ásperos tiempos de la Revolución Cultural en su país. Li trabajaba para un diario, cubría las asignaciones que le ordenaban y se guardaba siempre una última foto en el rollo para el camino de vuelta, que revelaba solo para él. Quiero decir que cada una de esas fotos de Buenos Aires hechas por Lestido para “Metrópolis” parecen la última foto de un rollo, hecha en el camino de vuelta, en tiempo de descuento. Y olvidadas después en un cajón durante treinta años hasta resucitar elegíacamente en una casita de playa sembrada de cajas de cartón a medio llenar.
Miro una vez más las fotos: Puerto Madero es aún un barrial, Puente Alsina es todavía Puente Alsina, conventillos gemelos en Once y La Boca, un predicador en Plaza Constitución, un perro guacho por Avenida del Trabajo, una gallina en el Padelai de San Telmo, una pausa de descanso junto a los hornos de Güerrín, una madre y su bebé en un cubículo de fotos en el subte, una birrita en la calle en San Cristóbal, una inundación en Pompeya, una partida de dominó en los subsueIos del San Martín, una nena que se cubre la cara en un asentamiento debajo de la autopista, una rueda de la fortuna en Monserrat, una casa tomada en Barracas, una milonga en Villa Lugano, el río y allá lejos la metrópolis vista desde la Costanera Sur…
No sé a ustedes pero, si a mí me mostraran estas fotos, querría ver enseguida la película en donde aparece esta fotógrafa. El escenario lo tenemos delante de nuestros ojos; lo único que tenemos que imaginar es una chica de campera de cuero, bolso al hombro y negra cabellera enrulada que logra hacerse invisible para captar estas escenas de un Buenos Aires a punto de desaparecer. Lo que está por venir se avecina, pero no todavía. Lejos, muy lejos en el tiempo y en el espacio, el blanco absoluto espera pacientemente por Lestido.