Adriana Lestido

Mujeres sin hombres: Las presas de Adriana Lestido

por Guillermo Saccomanno.
Prólogo 2da. Edición Mujeres Presas. Colección Fotógrafos Argentinos 2008.

Lestido: El oficio de narrar

"Mi origen humilde hace que me haya hecho desde abajo", ha confesado Adriana Lestido. "De alguna manera soy hija de mí misma. Construí así mi camino y mi trabajo porque nadie me regaló nada, más allá de que hubo muchos que me ayudaron. Pero, por otro lado, mi origen (la nena más pobre de una escuela pobre de Mataderos, la infancia en una pieza con una madre sensible pero iracunda, padre preso), todo eso me hace a veces tambalear. Como si no me permitiera ocupar mi lugar: me cuesta creerme los logros, siempre pienso que es una equivocación".

Si trasciende el nombre de Lestido como una de las artistas más personales de Argentina se debe a su trabajo casi secreto, en una clandestinidad electiva que la inmuniza de los sistemas de prestigio del establishment cultural. No es casual entonces que "Mujeres presas", este libro que recién ahora se reedita, haya sido el primero que reunió un trabajo suyo en serie. La postergación quizá se deba a su mirada lacerante y nada comercial, a la actitud de iconoclasta que enfoca el dolor conectando lo personal con lo colectivo. Sus imágenes, tan intimidantes como poéticas, no precisan de anotaciones. Impresiona advertir que todo lo que pueda decirse acerca de estas fotos (la soledad, el resentimiento, la desconfianza, el desafío, la amargura, el amor) lo dicen mejor ellas mismas. Así como Lestido sabe mirar, también ve y encuentra para el lector eso que astilla la cáscara de la realidad. Lector, escribí. Porque lo que estas fotos narran debe ser leído como una narración que explora un dolor extremo.

Lestido se centra en la instantánea, pero no se limita a la búsqueda de ese gesto que pueda emparentarse casual con la pose. Lestido reinvindica, en su imperfección, el documento. Sin embargo no se queda en el testimonio. Esta mirada, una mirada de clase, es el sello Lestido. Podría pensarse, a primera vista, que la intención de esta obra reside en esa categoría narrativa que es la "historia de vida". Pero Lestido va más allá. Y construye una ficción que excede la problemática de género: una problemática de clase.

"Mujeres presas" no es un libro de fotos convencional, ese objeto a mitad de camino entre la mezquindad coleccionista y el regalo elegante de shopping. Si me gusta pensarlo como un trabajo narrativo es porque explica más de la realidad social que cualquier argumentación política. Lo que no quita que las fotos de Lestido entreveren, tensándolas, las relaciones entre arte e ideología. Pero, ¿por qué creo también que este es un libro de narraciones? Hay una construcción de cada retrato como un cuento: ahí está el personaje, la expresión, el clima. Y a su vez, todos los relatos, constituyen una summa. En la época en que escribió "Hombres sin mujeres", Hemingway disparó su teoría del iceberg, una metáfora de aquello que constituye el secreto de un buen cuento. Vale la pena, a propósito de Lestido, volver a esta cita: "Si un escritor deja de observar, está terminado. Pero no debe observar concientemente, ni pensar de qué modo algo le será útil. Tal vez al principio eso sea cierto. Pero más tarde todo lo que ve se integra a la gran reserva de cosas que sabe o que ha visto. Si de algo sirve saberlo, siempre trato de escribir de acuerdo al principio del iceberg. Hay nueve décimos bajo el agua por cada parte que se ve de él. Uno puede eliminar cualquier cosa que sepa, y eso sólo fortalecerá el iceberg. Si un escritor omite algo porque no lo sabe, habrá un agujero en su relato". Mujeres sin hombres, las presas de Lestido responden a la premisa de Hemingway. Son, en efecto, la parte de arriba de un iceberg narrativo. Un abrazo, un cuchillo, una estampita en una pared, pueden ser puertas hacia una historia que merecía ser contada como lo hacen estas imágenes. Si el oficio del narrador es contar desde la experiencia, acá está la prueba. En Lestido hay una experiencia de vida, de sufrimiento y de alegría. Pero aquello que la vuelve singular es otra experiencia, la estética: su mirada cruda. Con austeridad y despojamiento, en vez de retorizar su trabajo prescindió de la adjetivación. Al comprender cada situación, Lestido se apartó de toda cosmética y se internó en la atmósfera del sufrimiento callado. Sin anestesia, desde adentro. Lestido estuvo ahí. Lestido se metió en un infierno. Y volvió con estas narraciones.

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