Adriana Lestido

Antártida negra.

Juan Forn.

En todo fin hay un principio, cree Adriana Lestido. Y con ese espíritu partió hacia el fin del mundo, en busca del blanco absoluto. Iba a alojarse en la hermosa y súper equipada Base Esperanza. Por culpa del mal tiempo y otros azares terminó en la Base Decepción: una casilla en la ladera de un volcán. La tierra era arena volcánica caliente, y la nieve se derretía al tocar el piso; el paisaje era negro y gris, el único blanco era el de la bruma casi constante. Lestido y su grupo iban a viajar en un Hércules de la Fuerza Aérea pero los terminaron mandando en el Beagle, un barco común, no preparado para el frío intenso ni para atravesar hielos. Llegaron en medio de una tormenta, después de un incendio en la base brasileña más cercana. Al día siguiente supieron que no tenían permiso para salir solos de la Base y que la precariedad reinaba dentro de ella. Todo lo que esperaba Lestido de la Antártida debió reformularse. Así nace Antártida negra.

Las fumarolas humeantes, los lobos marinos, los pingüinos, los pájaros carroñeros, los enormes huesos de ballenas, el espesor de la albúfera, el cuidado de las cámaras para impedir la humedad y la condensación que arruina los lentes, el aspecto cada vez más tumbero que va adoptando el interior de la base, las caminatas interminables cuando el clima permite salir, la detestada orden de repliegue del guía cada vez que el paisaje parece abrirse, un guante que se vuela con el viento y que milagrosamente el viento trae de nuevo, cantar a gritos una ópera contra el rugido del mar, contarse sueños entre extraños a la exangüe luz de un sol de noche, asistir una mañana a la inexplicable desaparición de todos los gorros negros de la base (sólo los de color negro), ver nevar y derretirse la nieve al posarse sobre la arena volcánica, ver las aguas donde se juntan el Atlántico y el Pacífico, lugares llamados Bahía Luna, Playa de los Témpanos, una montaña bautizada La Chamana: agua, aire, fuego, tierra. Y todo eso anotado en un cuaderno hecho a mano por los presos del penal de José León Suárez donde Lestido fue a hacer fotos antes de partir hacia el extremo sur.

No es casualidad la presencia tutelar del alemán Werner Herzog a lo largo de este viaje. Porque Antártida negra pertenece a la misma familia que Del caminar sobre el hielo, ese diario que llevó Herzog de su caminata a pie desde Munich hasta París cuando se enteró de que su adorada Lotte Eisner se estaba muriendo en la capital francesa. Se suele decir que un buen cuento es aquel donde algo cambia entre su principio y su fin. Eso es lo que sucede en Antártida negra. «Lo que yo siempre me pregunto es: ¿llego al hueso con lo que estoy haciendo? ¿Me transforma lo que hago? ¿Puede transformar al otro? ¿Puede sentir propias las imágenes?», confiesa Lestido. Einstein decía que, si nuestra vista fuera lo suficientemente buena, podríamos alcanzar a vernos la nuca cuando miramos a la distancia. Ojalá les suceda eso cuando vean este trabajo.

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